Por Mariana Ludmila Cortés
Pedagoga por (de)formación, rebelde de la educación por derecho.
Artículo para el libro: Por un buen vivir – Crianza, aprendizaje y educación autodirigida por Erwin Fabián García y Sofía Molina Sierra de Editorial ICONO – Colombia
En el vasto panorama de la educación, la crianza, la disciplina y la escuela, a menudo nos encontramos atrapados en ideas que nos han sido impuestas o que hemos integrado en nuestros modelos mentales por mera repetición de lo que sucede en nuestro contexto social. Algunas de estas creencias son limitantes y no dejan mucho espacio para el cuestionamiento.
Cuando finalicé la lectura de este libro (el libro para el cual fue escrito este artículo), comenzó a rondar por mi mente una imagen: un cubículo, ese decir, un espacio de dimensiones reducidas.
Me pregunté, casi asegurándolo, si la educación, la crianza y la escuela se asemejan a un cubículo físico y mental, por ser ese espacio limitado en el que se toman decisiones sobre qué debemos aprender y cómo debemos hacerlo. Un espacio construido con paredes estrechas, llenas de normas y convencionalidades que nos impiden explorar nuestro verdadero potencial y donde las ideas preconcebidas y los sistemas rígidos dictan nuestro camino, cómo debemos comportarnos y cuáles son los límites de nuestro crecimiento. Ese cubículo ha sido nuestra prisión educativa y mental durante demasiado tiempo.
Dentro de ese cubículo nos han enseñado a ver la educación como una mera transmisión de datos y conocimientos predeterminados. La crianza se ha limitado a seguir reglas rígidas y a ejercer control sobre nuestros hijos. La disciplina se ha entendido como una imposición de normas externas en lugar del desarrollo interno de la autodisciplina. Y la escuela, por su parte, se ha convertido en una institución burocrática donde los estudiantes son tratados como meros engranajes de un sistema.
Este libro se aventura a sembrar una semilla para comenzar a cuestionar los límites del cubículo (escolar, disciplinario y formativo). Presenta ejemplos de personas que reflexionan sobre sus propias vidas y cómo algunas estructuras opresivas pudieron restringir temporalmente su potencial. Digo temporalmente porque también encontramos que, tras el ejercicio de presentárseles una visión nueva de las dinámicas aprendidas, comienzan a preguntarse si es posible que existan nuevas posibilidades de vida y se atreven a imaginar un nuevo paradigma, donde la educación, la crianza, la disciplina y/o la escuela se convierten en una experiencia transformadora y liberadora.
Cuando comenzamos a asomar la cabeza fuera del cubículo es cuando inicia la verdadera desescolarización. Desescolarización no es el desconfinamiento físico del niño con la escuela, sino el comienzo de la liberación mental de ese cubículo. Es ese momento cuando empezamos a cuestionar lo aprendido, cuando somos capaces de tener una nueva perspectiva y de mantenernos a la expectativa poniendo en duda cada nueva cosa que se nos presenta. La desescolarización es un proceso continuo, dura toda la vida, no es el fin último y jamás logramos ser desescolarizados.
Una vez que da inicio el proceso de desescolarización comenzamos a notar lo que antes no éramos capaces de ver. Podemos, tal vez, imaginarnos la educación como un vasto océano de conocimiento por revelarse ante nosotros, donde (re)descubrimos nuestras mentes curiosas que nuevamente son capaces, como cuando éramos unos bebés recién llegados al mundo, de explorar para encontrar caminos de aprendizaje que nos sean más significativos al estar llenos de aventuras. Un espacio lleno de creatividad, imaginación y de posibilidades de desarrollo del pensamiento crítico, en lugar del sitio en el que simplemente debemos repetir información sin sentido.
La crianza también empieza a ser un viaje de amor y conexión en lugar de una lista de reglas y directrices restrictivas. Dentro del cubículo, hemos sido programados para controlar y moldear a otros, especialmente a nuestros hijos y alumnos, pero trascenderlo implica reconocer su individualidad y respetar su autonomía. La crianza se convierte en un acto de acompañamiento amoroso, donde brindamos las herramientas necesarias para que florezcan y se conviertan en seres que se sepan auténticos y amados.
La disciplina, por su parte, deja de ser una imposición externa de reglas y restricciones. Ir más allá del cubículo nos invita a explorar una disciplina interna, basada en el respeto y la responsabilidad personal. Se trata de cultivar valores y habilidades socioemocionales que permitan a los individuos tomar decisiones conscientes y éticas, en armonía con ellos mismos y con los demás.
La escuela, en su forma actual, es un símbolo del cubículo educativo y mental. Pero al trascenderlo, podemos comprender que el aprendizaje no se encuentra entre paredes, sino más allá de estas. Cuando logramos entender el aprendizaje más allá de la escuela, es cuando comenzamos a comprender qué es educación y aprendizaje, dice Carol Black. No hay necesidad de entrar en conflicto con docentes, libros o escuelas. Simplemente entendemos que cada persona necesita su espacio, proceso y su muy individual sentido de comunidad mientras busca su propio camino hacia el conocimiento y la autorrealización.
Este libro es un llamado inicial a esa liberación de nuestros espacios, dinámicas y mentes. Y precisamente, en esa búsqueda de comunidad, al hacer mención del Buen vivir y bien morir, es que pasamos del cubículo a mi siguiente imagen mental: el vínculo.
Dentro del vínculo encontramos la Convivialidad, de Illich, en contraposición al de Convivencia: es decir, la idea de sólo estar rodeado de personas contra la de ser junto a otros. La posibilidad de abrir nuestros cubículos o espacios físicos y mentales al lugar en donde tenemos la libertad de seguir nuestras pasiones y talentos, sí por la realización propia del ser, pero también para el beneficio común.
Pasar del cubículo individual al vínculo con otros le brinda a nuestras mentes un enfoque más humano y holístico.
Es cuando cambiamos la caja por un vasto paisaje abierto, lleno de oportunidades para explorar y descubrir nuestro propio camino junto a otros. El vínculo es donde el aprendizaje es dinámico y se nutre de la curiosidad, la creatividad y la experimentación en compañía. Le damos importancia a nutrir el espíritu, fomentar la autonomía y cultivar relaciones basadas en el respeto mutuo. En lugar de enfocarnos únicamente en el control y la disciplina, se explora la crianza como un acto de amor y conexión profunda. Abandonamos la prisión mental de la escolarización (que no la escolaridad) en lugar de un espacio para la verdadera educación.
A medida que avanzamos en este libro, descubriremos que el mundo fuera del cubículo educativo es vibrante, diverso y lleno de posibilidades ilimitadas. Nos encontraremos con voces inspiradoras de educadores, padres y estudiantes que han decidido abandonar el molde establecido y han creado sus nuevas formas de aprender, crecer y formar vínculos.
Este libro es un llamado a la acción, un despertar para aquellos atrapados en los confines del cubículo en espacio y mente. Nos invita a ver algunas formas de crianza, disciplina y de aprendizaje distintas a las que han sido socializadas. Ninguna de las formas aquí presentadas son una receta única a seguir, ni tampoco son más ni mejores una que otra. Simplemente son un vistazo a algunas vidas que nos ejemplifican distintas formas de hacer las cosas. Son una invitación a liberarnos de las limitaciones impuestas y autoimpuestas, y a iniciar una nueva visión de aprendizaje y crecimiento.
Así que con esta lectura te invito a identificar tu cubículo mental, cuestionar lo aprendido, abandonarlo, expandir tu perspectiva y encontrar tus vínculos. Buen camino y feliz desescolarización.